La Leyenda

Yo también quiero ser leyenda.

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Nuestra provincia se hallaba sometida al poder musulmán y el Cid había llegado en avanzadilla con lo más florido de su escolta para reconocer el terreno. Por expresa disposición suya, sus acompañantes se quedaron rezagados y ocultos para que el enemigo no se apercibiera de su presencia.

El Cid, entonces, avanzó solo, según tenía costumbre en estos casos para no exponer a los suyos a peligros inútiles y poder hacer por su parte un reconocimiento a fondo. Además, yendo sólo podía burlar con más facilidad la vigilancia del adversario.     

El Cid en su inseparable Babieca escaló la montaña y llegó a la peña del Cid para tener una visión más amplia de terreno. Es indudable que se confió demasiado y el enemigo, que se encontraba muy cerca, sorprendió su presencia. Sin perder un instante se lanzaron a la captura de su más terrible rival y con gran cautela le fueron sitiando por la espalda mientras él, desde la altura, estaba forjando el plan de ataque.

Babieca olfateó el peligro y su inquietud puso en guardia al jinete que, levantándose sobre los estribos y mirando hacia atrás, vio a la patrulla mora que subía a marchas forzadas, formando un semicírculo, para impedirle toda posible escapatoria. El valiente caballero advirtió rápidamente su peligrosa situación: de un lado su implacable enemigo lo bastante numeroso para arriesgarse a pasar por entre sus filas y del otro el peligroso precipicio.

Babieca piafaba nervioso y el Campeador tuvo un momento de indecisión pero instantáneamente reaccionó de la única manera que él podía hacerlo. ¿Rendirse? ¡Jamás!. Les haría frente y moriría matando. Desenvainó la Tizona y un grito de invocación celestial rasgó los aires: ¡Santiago, valedme!.

Y en ese preciso momento el ímpetu del caballo fue detenido milagrosamente por una férrea mano.

Por primera vez Babieca volvió grupas al enemigo y el asombrado jinete vio a su lado a otro caballero montado en un caballo blanco y que en la mano libre llevaba un estandarte, también blanco, en cuyo centro destacaba una gran cruz roja.

Entonces ocurrió el milagro. Babieca, de un salto prodigioso se lanzó al abismo arrastrado por aquella mano desconocida. Ambos jinetes describieron una luminosa parábola sobre el fondo azul del cielo y cuando llegaron abajo las patas de Babieca se incrustaron profundamente en la tierra.

Estas huellas, que aún subsisten; dan testimonio de tan prodigioso hecho y el paraje donde se encuentra se conoce con el nombre de “La Patá del Cavall”.

NAVARRO VILLAPLANA, H. (1983): Las Fiestas de Moros y Cristianos de Petrer, Ayuntamiento de Petrer, pp. 73-74 y RUIZ DE MATEO, A. y MATEO BOX, J. (1989): Leyendas alicantinas, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, pp.69-70.

Al igual que en esta leyenda y haciendo un símil, el desafío de esta prueba consiste en unir estos dos puntos a través de las 15 cumbres más emblemáticas de estos macizos montañosos , pero en vez de tomar como la leyenda establece la orientación este-noroeste, se tomará la orientación circular este-norte-oeste para terminar en el sur-oeste, con el mismo resultado desde la Sierra del Cid hasta la Sierra del Caballo. Una magnífica prueba de resistencia, esfuerzo, sacrifico y superación en pleno siglo XXI y al igual que ocurriera hace mil años.